
Tengo evidencias de que a muchos ex-convictos, de cualquier nivel social, les enorgullece haber estado en prisión. Los penales no sólo son escuelas del crimen, sino que algunos reclusos salen fortalecidos por haber librado el trance y orgullosos de haber conocido gente mucho peor que ellos.
Hace tiempo leí una anécdota que tal vez explique esta conducta en Other People’s Habits, de Aubrey Daniels.
Resulta que en un centro de readaptación de menores en E.U. los reclusos tenían por costumbre destruir las instalaciones en forma vandálica. Se daban gusto destrozando los baños, rompiendo puertas y ventanas y haciendo toda clase de daños a las instalaciones.
Los directivos del penal resolvieron castigarlos recluyéndolos en aislamiento, a pan y agua. Para su sorpresa, los desmanes no disminuían sino que aumentaban. Los mozalbetes se enorgullecían de sus actos y presumían entre ellos: «he estado recluido a pan y agua. Soy de temer».
Lo que hicieron los directivos para tratar de disminuir esta conducta fue poner a los jóvenes en aislamiento y en vez de pan y agua, les daban comida para bebé.
De esta forma, lograron disminuir la destrucción del centro, pues los jovenzuelos no estaban muy dispuestos a presumir: «hey, soy malo, he estado recluido tres dias comiendo comida de bebé«.
Tal vez sea más simple de lo que pensamos reducir la criminalidad.
