Yo soy uno de tantos indecisos. No sé por quién votar en las elecciones para Presidente de la República en México, este 2 de julio. Quizá más de 20% del padrón electoral aún no ha decidido por quién votará, según diversas encuestas. Hace 10 meses no hubiera dudado en votar por mi Peje adorado y hace un mes estaba convencido de que Felipe era la opción que nos impulsaría al primer mundo. Los dos me caen bien. A los dos los quiero.
La verdad es que el problema no son ellos. Cuando los he visto en entrevistas se ven tan sueltos, tan contentos, tan suaves y maleables, tan convencidos de sus ideas, que es difícil pensar que sus gobiernos podrían resultar nefastos.
El problema es la gente que les rodea. Si tuviera que encontrar los contras que veo en Calderón y López Obrador bastaría con nombrar a varios personajes que están muy cerca de los candidatos punteros para que me den escalofríos y una sensación parecida a las ganas de vomitar.
Si al triste espectáculo de las campañas -las peores en la historia- agregamos un recuento de varios eventos políticos en el último año, el panorama es realmente feo:
Fox perdiendo el poder sin dignidad
El desafuero
Los sindicatos aparentemente más progresistas apoyando al corrupto líder de los mineros
La brutalidad en San Salvador Atenco (tal vez merecida, según algunos) y los desplantes de Marcos
Decenas de ejecuciones del narco, en forma notoria en Acapulco, Nuevo Laredo y Tijuana
La campaña paralela del doctor Simi
Los maestros de Oaxaca en paro por más de un mes y ocupando la totalidad del centro de la bellísima capital del estado.
Es difícil ejercer el voto. Antes, cuando reinaba el PRI, era fácil. Bastaba con votar por la oposición. Salías de la casilla eufórico, contento por haberles quitado un voto a esos saqueadores de nuestra nación.
Ahora, entre más me informo, más me confundo. Tengo la desgracia de conocer con mucho detalle las correrías de muchos de estos pillos que ahora quieren pasar por pilares de la democracia, y que apoyan ya sea al Peje o al Felipe. Leo a periodistas sin el más mínimo sentido de la congruencia. En el mejor de los casos, están confundidos. En el peor, son unos vendidos.
¿Por quién votar?
